Corazón de atleta
“… Vivan las gallinas que los huevos nos dan”...
No es por casualidad que la receta que ahora publico, un pan de huevo aromatizado con anís y (opcionalmente) podría llevar algo de agua de azahar, llegue justo después de un brioche con aroma a roscón de Reyes.
Con cierta resignación, tengo la impresión de que en los últimos años se está generalizando el uso de recetas caseras (o no tanto) de roscón de Reyes basadas en una masa de brioche, como la anterior entrada o la que ya publiqué hace algún tiempo. Desde luego, ese modo de hacerlo es exquisito, jugoso y duradero, pero se parece poco al roscón ¿de Reyes? que yo tomaba en mi infancia durante la Pascua. Quizás sea ese mi error, que el roscón o la trenza (que llamamos “periquito”) que yo tomaba cuando era pequeño, eran (y son) postres tradicionales de Pascua y no de Reyes y, tal vez, lo que ahora se ha extendido como “roscón de Reyes” sea un postre que nada tiene que ver con aquellos recuerdos. Por ello, no sería extraño que el verdadero roscón de Reyes sea una masa brioche con poca leche, bastante huevo y mucha mantequilla, tal y cómo ahora se hace. Mas no recuerdo que durante aquellos años tomásemos ningún roscón el día de Reyes, si así hubiese sido me acordaría, como sí me acuerdo de aquellas roscas (de Lomba) que traían los padrinos de Martín el día de Pascua.
Las “roscas”, así se llaman cuando el trenzado se hace en forma circular, son unos roscones trenzados de dimensiones faraónicas, más de medio metro de diámetro. El suave y jugoso destrenzado con aroma a anís y manteca era un despertar de los sentidos. Las uniones entre las tiras, más blancas, suaves y azucaradas, eran lo que casi todos queríamos saborear. En cuanto al roscón de Reyes se me plantea un “duda existencial”: “roscón” es superlativo, entonces, ¿por qué ahora los hacen tan pequeños?
Con esta receta no he querido presentar una versión de esas roscas o del llamado pan de huevo, como lo llaman en otras zonas de Galicia. Mi intención es la de presentar una receta a medio camino entre el bollo y el brioche, disminuyendo ligeramente la cantidad de huevo y dándole un suave toque a manteca de vaca. Una yema más (o más huevo) y, quizás, un poco más de manteca haría que este dulce pasase la frontera que separa los bollos de los brioches.
También he preferido usar yemas de huevo y no huevo entero por razones que ya he mencionado alguna vez. Para aquellos que tengan duda sobre esta elección, les sugeriría que hiciesen la prueba y comprobasen la diferencia.
Como materia grasa he preferido usar mantequilla o/y manteca con resultados ligeramente diferentes según el caso. La mantequilla, como emulsión de agua en la grasa de la nata/leche, posee una considerable cantidad de agua (rondando el 15-20%), hace que el bollo se más ligero y crezca con más facilidad. La manteca de vaca le da más cuerpo y (quizás) sabor, a costa de un levado más lento y mejor conservación. Creo que después de tantas pruebas me quedaría con la versión que lleva la mitad de mantequilla (25 gr.) sumada a la mitad de manteca (20 gr.), aunque sólo con mantequilla también queda muy sabroso.
Durante la primera semana de enero he preparado este postre prácticamente todos los días, practicando y modificando ligeramente las técnicas de mezcla/amasado y los aromas. Estaba tan emocionado con el resultado que he hecho pruebas con varios sabores y texturas (grasas y aromas). A diferencia de otras veces, no he querido jugar con la cantidad de leche y/o huevo, pues con la cantidad usada inicialmente el resultado fue adecuado para un amasado con cuchara de madera y muy ajustado a lo que deseaba obtener, permitiéndome trenzar la masa con facilidad sin tener que enfriarla previamente. En este caso es importante que tras el amasado consigamos que la masa se desprenda de las paredes del recipiente para que toda la materia grasa se reparta de un modo homogéneo y el sabor o el levado también lo sean.
Me imagino que no a tod@s vosotr@s os gusta la bollería rellena de nata. A mí me encanta, sobre todo si el bollo no está recién hecho. La nata contrasta muy bien con el sabor de estos bollos (como con la ensaimada) y me parece el relleno adecuado cuando el bollo lo queremos conservar varios días. Estará (casi) como recién hecho... o lo parecerá.
Después de todas esas pruebas y prácticas, debo mencionar mi absoluta satisfacción por el resultado. Esa satisfacción se debe principalmente a dos factores: mi pasión por la bollería y el recuerdo de unos sabores que creía no volvería a disfrutar.
Los recuerdos que ahora afloran se muestran ante sus ojos con total claridad, como si los hubiese vivido ayer mismo. Su memoria siempre se ha comportado como el cajón de la mesilla de noche en el que se guardan recuerdos en forma de objetos sin relación aparente: un carnet de biblioteca y otro de atletismo, un caballito de mar, unas fotos antiguas (e irreconocibles), unas cartas manuscritas por personas de las que desconoce su paradero, un llavero, unas partituras, una harmónica o un reloj enmohecido que dejó de funcionar hace bastantes años. Recuerdos. Cuando lo piensa, añora las cartas y aborrece los correos electrónicos. Echa de menos el Querido amigo, dos puntos, las despedidas afectuosamente sinceras, las visitas al buzón, las miradas a través de sus orificios y las esperas… ¿cuánto tardaría en llegar? Siempre son mejores “dos puntos” que una “coma”, dice.
Entonces, acudir Santiago tenía un significado dual: visitas al hospital, del que era un asiduo convidado, y carreras en torno al paseo de La Herradura. Siempre en medio de esos dos retratos aparecían unas escaleras mecánicas, sus primeras escaleras mecánicas. Él pensaba que esa imagen era el reflejo de unas existentes en el Hospital Xeral de Galicia, mas nunca las había visto y ya no las podrá ver, fue derruido hace algún tiempo. Bajo la excusa de un nuevo hospital se habían creado muchos otros intereses especuladores en una gran parcela situada en el centro de la ciudad.
Años después le pareció descubrir la recreación de esas escaleras en la estación de autobuses, lugar de llegada en muchas visitas médicas y menos romántico. Sí, romántico, para él las visitas al hospital tenían el misterio de un ritual romántico, como su primer viaje en avión. Batas blancas, aparatos electrónicos, salas de rayos X, personal atento y seductor, más de lo que estaba acostumbrado…
Como muchas otras veces, su madre le había dicho que irían al médico. Asintió, pero sin saber ni preguntar el motivo exacto. Mas esta vez no tenía las amígdalas inflamadas (ya se las habían extirpado), ninguna luxación o problema traumatológico, muy comunes durante aquellos años de inquietud. Le dijo: “vamos a curar lo del pis”. Había perdido la esperanza, él ya se veía como el protagonista de un telefilm de Michael Landon, corriendo para sofocar su sentimiento de culpa.
Subieron al Celta, que probablemente habría llegado a la parada más de veinte minutos después de la hora prevista. Las puertas dobles chirriaban por el efecto de unas descuidadas bombas hidráulicas. No era extraño que se quedasen bloqueadas en alguna parada y tuviesen que hacer todo el viaje con las puertas abiertas. Esa vez no sucedió.
El aire que entraba por las ventanillas superiores desplazaba con gran fuerza las pequeñas cortinas que se introducían en ella y molestaban a los pasajeros. Aun así, era la mejor (o única) solución para paliar el calor sofocante. Los asientos de escay agujereados y escritos a bolígrafo (“Pili, te quiero…”) se pegaban en las espaldas sudorosas. De vez en cuando separaban ligeramente sus dorsos del asiento para despegarse y airear la humedecida camisa.
Antes de llegar a mitad de camino, a la altura del alto de Bexo, le pasaría lo de siempre: vómitos por el mareo. El simple olor a gasolina ya lo hacía vomitar, demostrando que la principal motivación del mareo era puramente sicológica, heredada de la actitud materna ante los trasportes a motor.
(…)
Era una mañana de primavera. Al mediodía el sol entraba con fuerza por las ventanas del hospital. La planta estaba totalmente iluminada por una luz que se reflejaba a ambos lados a lo largo del pasillo. Paredes blancas y con dibujos, un cuadro de una mujer pidiendo silencio con el dedo índice sobre sus labios, niños extraños y chicas jóvenes de cara sonriente y bata blanca. Un cuadro de los reyes de España en la sala de espera. Nunca había estado en esa ala. Le gustaba, se sentía cómodo y tranquilo porque estaba lleno de médicas (prefiere la versión en femenino). Las mujeres hacían que se sintiese más sosegado. Para él, los hombres eran más ariscos, secos y agresivos, por lo menos los que él conocía.
Lo llevaron a una sala con sillas y mesas estructuradas a modo de pupitres. Había varios niños. Niños diferentes, distintos a los que él conocía. Sus gestos y comportamientos delataban ciertas diferencias. Se sintió extraño pero tranquilo por estar acompañado de una simpática enfermera. Pese a todo, no pudo evitar preguntarse si los demás lo veían del mismo modo… diferente. “Haz un dibujo”, le dijeron mientras se sentaba al lado de otro niño que mostraba un extraño comportamiento y dibujaba de una forma que al él le pareció extremadamente infantil e ingenua.
En el fondo se sentía encantado y fascinado. Era la primera vez que un médico no le metía un palo por la boca o auscultaba nada más llegar. ¡Dibujar!, ¡le encantaba dibujar! Se centró en el cómo y no en el qué. No recuerda si dibujó a su familia, una casa o un paisaje, su motivo preferido. Si hubiese dibujado a su familia habría sido una estampa típica con sus padres en el centro, su hermano mayor a la derecha de su padre y cogiéndole la mano. En ese mismo lado le seguiría su hermana mayor. Al otro lado, a la vera de su madre, en este orden: su hermano pequeño, él y su abuela. Habría mucho color verde, su preferido entonces.
Lo extraño es que no recuerda qué dibujó o qué le dijeron que dibujase, sólo que el tiempo le pasó en un abrir y cerrar de ojos, como ahora le sucede cuando tiene la suerte de apartar un monitor y tomar un papel con sus manos para escribir o dibujar lo primero que le viene a la cabeza. Se evade.
En la consulta había tres personas: la doctora, su madre y la enfermera que lo acompañó desde la sala de dibujo. Le sonrió. La médica le preguntó qué le gustaba hacer. Ni hizo el ademán de tomarle la presión arterial, sólo preguntó. Era la primera vez que un médico se dirigía a él personalmente y no lo hacía a través de su madre.... No supo qué decir, serían demasiadas cosas, “observar, explorar y hacer” podría haberlo resumido casi todo. Sin tiempo a que pudiese dar respuesta a la pregunta, respondió su madre: “le gusta correr, hasta ha corrido el maratón de Santiago”. “¡Más de trece kilómetros!”, dijo la médica. Pensó que la respuesta de su madre no había sido del todo precisa, que a Santiago sólo venía a correr pruebas escolares, pero tampoco tenía el interés ni el ánimo como para precisar y contradecir a su madre que desconocía qué hacía cuando venía a correr. En cierto modo, sí había acudido a muchos "maratones" populares.
Después de intercambiar algunas palabras más, fue entonces cuando la doctora se levantó a realizar una primera exploración. Durante mucho tiempo las palabras que pronunció la doctora fueron suficientes para que se sintiese algo valorado y “especial”. “Valorado” era un adjetivo que pocas veces había sentido.
Mientras lo auscultaba le dijo una frase que todavía recuerda: “tienes corazón de atleta”. Su corazón latía más despacio y suavemente que lo normal, le había dicho, que había algunas personas que tenían le suerte de poseer un corazón de latidos tan pausados y harmoniosos. ¡Qué fácil es contentar a un niño!, pensó de mayor. Le daba igual, en aquel instante significó algo muy importante para él: sentirse valorado. En cuando llegó a casa fue lo primero que contó, y así lo hizo a sus amigos cuando todavía los tenía.
¡Cuán grande puede ser la ingenuidad de un niño!, incluso de aquellos que ya no se pueden permitir el lujo creer en los Reyes Magos. Así, después de terminar la exploración y que la conversación hubiese calado lo suficiente como para sacar conclusiones, le hizo creer que el estetoscopio no tenía la suficiente potencia como para poder escuchar perfectamente todos los matices del latido de su corazón. Y lo creyó. Incluso su madre lo hizo. Con el paso de los años comprendió el verdadero porqué de esa afirmación. Le dijo: “tu corazón es tan silenciosos que necesitaré que salgas a correr un poco detrás del hospital para poder oírlo mejor”. Le acompañó una enfermera que lo esperó observando bajo el marco de una puerta.
Corrió y corrió de lado a lado a toda velocidad, como si se tratase de una verdadera competición atlética. No le importó remojar en sudor la ropa de los domingos, ni las molestias de unos zapatos de piel negros. La enfermera observaba desde la puerta. Lo llamó y lo acompañó tranquilamente de nuevo a la consulta. Volvían a estar los cuatro, pero esta vez la cara de su madre estaba ligeramente desencajada y triste, como si le hubiesen abierto los ojos a una verdad de la que ella era parcialmente responsable. El niño, sudoroso, volvió a escuchar palabras de reconocimiento y, tras unos minutos de conversación, salieron de la consulta. El niño emborrachó sus pensamientos de aquellas palabras y experiencias, tanto que el viaje de vuelta lo pasó volando con la imaginación, sin mareos.
Sólo de mayor pudo dar significado a aquellos recuerdos y encajar las piezas desperdigadas de aquel puzle. La pieza del comentario más doloroso que había escuchado su madre en su vida por parte de una doctora, así lo recordó años después durante una comida familiar: que no sabía ni tenía capacidad para educar a su hijo. La pieza incomprensible de un niño corriendo detrás de un hospital para que pudiesen conversar con tranquilidad en su ausencia. La insaciable necesidad de hacer y aprender, las lágrimas en soledad, la infravaloración y el desinterés por lo cotidiano. La pasión por esas horas en soledad sobre el asfalto y la tierra humedecida por la niebla.
Pero los errores nunca vienen solos, con intención de corregir uno suelen llegar otros de mayor calado. Así, el niño se ausentó durante tres años en dónde pudiesen saciar su inquietud a costa de pérdidas mayores que esa.
Ahora, ya adulto, piensa que si alguna vez ve aun un niño curioso y triste, sólo se preocupará por curar su tristeza, porque la curiosidad no tiene cura o, si la tiene, se cura por sí sola. Para la tristeza llega con un abrazo o un “te quiero”.
Bollos de anís/trenza de pascua
(1) Tamizamos la harina y formamos un volcán. Añadimos las ralladuras. Disolvemos la levadura en la leche y la vertemos en el centro, junto con el anisete y el agua de azahar, si la usamos. Amasamos uno poco con una cuchara de madera y añadimos las yemas, una a una. Seguimos amasando suavemente hasta que se forme una masa.
Añadimos la sal mezclada con el azúcar. Vertimos en dos veces la mantequilla/manteca troceada y a temperatura ambiente (blanda). [Importante: la sal y el azúcar es necesario añadirlos de modo que no entren en contacto directo con la levadura. No crecería la masa suficientemente si así fuese]
Amasamos en una olla con una cuchara (grande) de madera durante bastante tiempo (incluso media hora), el necesario para que la masa absorba las materias grasas y se despegue de las paredes del recipiente. Notaréis la diferencia si conseguís que se despegue de las paredes del molde. La cantidad de materia grasa determina la dificultad del trabajo. No lleva demasiada cantidad, por lo que conseguirlo es más fácil que con otras masa tipo brioche. El tiempo de amasado puede estar entre 15 minutos a, incluso, casi media hora. De vez en cuando despegaremos la masa de las paredes y de la cuchara con una espátula de silicona, es importante para que no se formen pegotes secos.
La masa estará a punto cuando se despegue de las paredes del recipiente y se adhiera a la cuchara de palo. Para facilitar el despegue de la masa, al final es mejor ir un poco más rápido. Todo es más fácil si se utiliza una amasadora eléctrica, por supuesto, en cuyo caso incluso podría añadirse una yema de huevo más.
(2) Tapamos el recipiente con un paño y dejamos que (casi) triplique (mejor) el volumen inicial. Si este primer reposo es prolongado, la segunda fermentación será más rápida y esponjosa. Yo lo dejo en el horno a casi 30º C durante unas horas (toda la mañana) y formo los bollos al mediodía. Incluso puede “romperse” la masa y guardarse cubierta en el frigorífico toda la noche para hornearlos al día siguiente.
Rompemos la masa, es decir, rebajamos el levado con un ligerísimo amasado y formamos unos cuatro bollos de igual tamaño. Si la masa se ha trabajado suficientemente no será necesario trabajarla sobre una superficie enharinada. A ser posible, NO DEBEMOS AÑADIR MÁS HARINA. Si nos vemos “obligados” a utilizar un poco de harina, emplearemos muy poca cantidad, sólo para que no se peque a las manos ni a la superficie de trabajo. Es más fácil amasarla en el aire y no sobre la superficie de trabajo.
Depositamos los bollos sobre una bandeja cubierta con papel de hornear y dejamos fermentar hasta que haya duplicado (o más) su volumen. Pueden ser de unas cuatro a cinco horas, dependiendo de la temperatura ambiente (o si lo ponemos en el horno a 30ºC) y la temporada del año. También puede dividirse la masa en tres partes iguales y formar una gran trenza, en cuyo caso el reposo debe ser mayor y mayor tiempo de horneado.
(3) Una vez haya duplicado su volumen, precalentamos el horno a 180 ºC, pintamos los bollos con una fina capa de leche o huevo batido y espolvoreamos con almendras troceadas, o azúcar remojado en licor y mezclado con almendra molida si formamos una trenza. Introducimos los bollos en el horno y cocinamos durante unos 14-20 minutos, hasta que haya tomado un color tostado y estén hechos. Para una trenza necesitaremos unos 22-26 minutos, no debe quedar crudo en el interior. Ojo, la leche tiende a oscurecer más la masa, por lo que podrían parecer que están hechos sin estarlo del todo.
Dejamos templar y espolvoreamos con azúcar glasé si los vamos a tomar sin rellenar.
Practicamos un corte en el interior y rellenamos con nata montada (unos 200 ml) con una o dos cucharadas de azúcar, dependiendo de los gustos. Espolvoreamos con azúcar glasé/polvo.
Para mí son unos de los mejores bollos/panes dulces que pueden hacerse. Probad, sólo es cuestión de brazo.
“… Vivan las gallinas que los huevos nos dan”...
No es por casualidad que la receta que ahora publico, un pan de huevo aromatizado con anís y (opcionalmente) podría llevar algo de agua de azahar, llegue justo después de un brioche con aroma a roscón de Reyes.
Con cierta resignación, tengo la impresión de que en los últimos años se está generalizando el uso de recetas caseras (o no tanto) de roscón de Reyes basadas en una masa de brioche, como la anterior entrada o la que ya publiqué hace algún tiempo. Desde luego, ese modo de hacerlo es exquisito, jugoso y duradero, pero se parece poco al roscón ¿de Reyes? que yo tomaba en mi infancia durante la Pascua. Quizás sea ese mi error, que el roscón o la trenza (que llamamos “periquito”) que yo tomaba cuando era pequeño, eran (y son) postres tradicionales de Pascua y no de Reyes y, tal vez, lo que ahora se ha extendido como “roscón de Reyes” sea un postre que nada tiene que ver con aquellos recuerdos. Por ello, no sería extraño que el verdadero roscón de Reyes sea una masa brioche con poca leche, bastante huevo y mucha mantequilla, tal y cómo ahora se hace. Mas no recuerdo que durante aquellos años tomásemos ningún roscón el día de Reyes, si así hubiese sido me acordaría, como sí me acuerdo de aquellas roscas (de Lomba) que traían los padrinos de Martín el día de Pascua.
Las “roscas”, así se llaman cuando el trenzado se hace en forma circular, son unos roscones trenzados de dimensiones faraónicas, más de medio metro de diámetro. El suave y jugoso destrenzado con aroma a anís y manteca era un despertar de los sentidos. Las uniones entre las tiras, más blancas, suaves y azucaradas, eran lo que casi todos queríamos saborear. En cuanto al roscón de Reyes se me plantea un “duda existencial”: “roscón” es superlativo, entonces, ¿por qué ahora los hacen tan pequeños?
Con esta receta no he querido presentar una versión de esas roscas o del llamado pan de huevo, como lo llaman en otras zonas de Galicia. Mi intención es la de presentar una receta a medio camino entre el bollo y el brioche, disminuyendo ligeramente la cantidad de huevo y dándole un suave toque a manteca de vaca. Una yema más (o más huevo) y, quizás, un poco más de manteca haría que este dulce pasase la frontera que separa los bollos de los brioches.
También he preferido usar yemas de huevo y no huevo entero por razones que ya he mencionado alguna vez. Para aquellos que tengan duda sobre esta elección, les sugeriría que hiciesen la prueba y comprobasen la diferencia.
Como materia grasa he preferido usar mantequilla o/y manteca con resultados ligeramente diferentes según el caso. La mantequilla, como emulsión de agua en la grasa de la nata/leche, posee una considerable cantidad de agua (rondando el 15-20%), hace que el bollo se más ligero y crezca con más facilidad. La manteca de vaca le da más cuerpo y (quizás) sabor, a costa de un levado más lento y mejor conservación. Creo que después de tantas pruebas me quedaría con la versión que lleva la mitad de mantequilla (25 gr.) sumada a la mitad de manteca (20 gr.), aunque sólo con mantequilla también queda muy sabroso.
Durante la primera semana de enero he preparado este postre prácticamente todos los días, practicando y modificando ligeramente las técnicas de mezcla/amasado y los aromas. Estaba tan emocionado con el resultado que he hecho pruebas con varios sabores y texturas (grasas y aromas). A diferencia de otras veces, no he querido jugar con la cantidad de leche y/o huevo, pues con la cantidad usada inicialmente el resultado fue adecuado para un amasado con cuchara de madera y muy ajustado a lo que deseaba obtener, permitiéndome trenzar la masa con facilidad sin tener que enfriarla previamente. En este caso es importante que tras el amasado consigamos que la masa se desprenda de las paredes del recipiente para que toda la materia grasa se reparta de un modo homogéneo y el sabor o el levado también lo sean.
Me imagino que no a tod@s vosotr@s os gusta la bollería rellena de nata. A mí me encanta, sobre todo si el bollo no está recién hecho. La nata contrasta muy bien con el sabor de estos bollos (como con la ensaimada) y me parece el relleno adecuado cuando el bollo lo queremos conservar varios días. Estará (casi) como recién hecho... o lo parecerá.
Después de todas esas pruebas y prácticas, debo mencionar mi absoluta satisfacción por el resultado. Esa satisfacción se debe principalmente a dos factores: mi pasión por la bollería y el recuerdo de unos sabores que creía no volvería a disfrutar.
Los recuerdos que ahora afloran se muestran ante sus ojos con total claridad, como si los hubiese vivido ayer mismo. Su memoria siempre se ha comportado como el cajón de la mesilla de noche en el que se guardan recuerdos en forma de objetos sin relación aparente: un carnet de biblioteca y otro de atletismo, un caballito de mar, unas fotos antiguas (e irreconocibles), unas cartas manuscritas por personas de las que desconoce su paradero, un llavero, unas partituras, una harmónica o un reloj enmohecido que dejó de funcionar hace bastantes años. Recuerdos. Cuando lo piensa, añora las cartas y aborrece los correos electrónicos. Echa de menos el Querido amigo, dos puntos, las despedidas afectuosamente sinceras, las visitas al buzón, las miradas a través de sus orificios y las esperas… ¿cuánto tardaría en llegar? Siempre son mejores “dos puntos” que una “coma”, dice.
Entonces, acudir Santiago tenía un significado dual: visitas al hospital, del que era un asiduo convidado, y carreras en torno al paseo de La Herradura. Siempre en medio de esos dos retratos aparecían unas escaleras mecánicas, sus primeras escaleras mecánicas. Él pensaba que esa imagen era el reflejo de unas existentes en el Hospital Xeral de Galicia, mas nunca las había visto y ya no las podrá ver, fue derruido hace algún tiempo. Bajo la excusa de un nuevo hospital se habían creado muchos otros intereses especuladores en una gran parcela situada en el centro de la ciudad.
Años después le pareció descubrir la recreación de esas escaleras en la estación de autobuses, lugar de llegada en muchas visitas médicas y menos romántico. Sí, romántico, para él las visitas al hospital tenían el misterio de un ritual romántico, como su primer viaje en avión. Batas blancas, aparatos electrónicos, salas de rayos X, personal atento y seductor, más de lo que estaba acostumbrado…
Como muchas otras veces, su madre le había dicho que irían al médico. Asintió, pero sin saber ni preguntar el motivo exacto. Mas esta vez no tenía las amígdalas inflamadas (ya se las habían extirpado), ninguna luxación o problema traumatológico, muy comunes durante aquellos años de inquietud. Le dijo: “vamos a curar lo del pis”. Había perdido la esperanza, él ya se veía como el protagonista de un telefilm de Michael Landon, corriendo para sofocar su sentimiento de culpa.
Subieron al Celta, que probablemente habría llegado a la parada más de veinte minutos después de la hora prevista. Las puertas dobles chirriaban por el efecto de unas descuidadas bombas hidráulicas. No era extraño que se quedasen bloqueadas en alguna parada y tuviesen que hacer todo el viaje con las puertas abiertas. Esa vez no sucedió.
El aire que entraba por las ventanillas superiores desplazaba con gran fuerza las pequeñas cortinas que se introducían en ella y molestaban a los pasajeros. Aun así, era la mejor (o única) solución para paliar el calor sofocante. Los asientos de escay agujereados y escritos a bolígrafo (“Pili, te quiero…”) se pegaban en las espaldas sudorosas. De vez en cuando separaban ligeramente sus dorsos del asiento para despegarse y airear la humedecida camisa.
Antes de llegar a mitad de camino, a la altura del alto de Bexo, le pasaría lo de siempre: vómitos por el mareo. El simple olor a gasolina ya lo hacía vomitar, demostrando que la principal motivación del mareo era puramente sicológica, heredada de la actitud materna ante los trasportes a motor.
(…)
Era una mañana de primavera. Al mediodía el sol entraba con fuerza por las ventanas del hospital. La planta estaba totalmente iluminada por una luz que se reflejaba a ambos lados a lo largo del pasillo. Paredes blancas y con dibujos, un cuadro de una mujer pidiendo silencio con el dedo índice sobre sus labios, niños extraños y chicas jóvenes de cara sonriente y bata blanca. Un cuadro de los reyes de España en la sala de espera. Nunca había estado en esa ala. Le gustaba, se sentía cómodo y tranquilo porque estaba lleno de médicas (prefiere la versión en femenino). Las mujeres hacían que se sintiese más sosegado. Para él, los hombres eran más ariscos, secos y agresivos, por lo menos los que él conocía.
Lo llevaron a una sala con sillas y mesas estructuradas a modo de pupitres. Había varios niños. Niños diferentes, distintos a los que él conocía. Sus gestos y comportamientos delataban ciertas diferencias. Se sintió extraño pero tranquilo por estar acompañado de una simpática enfermera. Pese a todo, no pudo evitar preguntarse si los demás lo veían del mismo modo… diferente. “Haz un dibujo”, le dijeron mientras se sentaba al lado de otro niño que mostraba un extraño comportamiento y dibujaba de una forma que al él le pareció extremadamente infantil e ingenua.
En el fondo se sentía encantado y fascinado. Era la primera vez que un médico no le metía un palo por la boca o auscultaba nada más llegar. ¡Dibujar!, ¡le encantaba dibujar! Se centró en el cómo y no en el qué. No recuerda si dibujó a su familia, una casa o un paisaje, su motivo preferido. Si hubiese dibujado a su familia habría sido una estampa típica con sus padres en el centro, su hermano mayor a la derecha de su padre y cogiéndole la mano. En ese mismo lado le seguiría su hermana mayor. Al otro lado, a la vera de su madre, en este orden: su hermano pequeño, él y su abuela. Habría mucho color verde, su preferido entonces.
Lo extraño es que no recuerda qué dibujó o qué le dijeron que dibujase, sólo que el tiempo le pasó en un abrir y cerrar de ojos, como ahora le sucede cuando tiene la suerte de apartar un monitor y tomar un papel con sus manos para escribir o dibujar lo primero que le viene a la cabeza. Se evade.
En la consulta había tres personas: la doctora, su madre y la enfermera que lo acompañó desde la sala de dibujo. Le sonrió. La médica le preguntó qué le gustaba hacer. Ni hizo el ademán de tomarle la presión arterial, sólo preguntó. Era la primera vez que un médico se dirigía a él personalmente y no lo hacía a través de su madre.... No supo qué decir, serían demasiadas cosas, “observar, explorar y hacer” podría haberlo resumido casi todo. Sin tiempo a que pudiese dar respuesta a la pregunta, respondió su madre: “le gusta correr, hasta ha corrido el maratón de Santiago”. “¡Más de trece kilómetros!”, dijo la médica. Pensó que la respuesta de su madre no había sido del todo precisa, que a Santiago sólo venía a correr pruebas escolares, pero tampoco tenía el interés ni el ánimo como para precisar y contradecir a su madre que desconocía qué hacía cuando venía a correr. En cierto modo, sí había acudido a muchos "maratones" populares.
Después de intercambiar algunas palabras más, fue entonces cuando la doctora se levantó a realizar una primera exploración. Durante mucho tiempo las palabras que pronunció la doctora fueron suficientes para que se sintiese algo valorado y “especial”. “Valorado” era un adjetivo que pocas veces había sentido.
Mientras lo auscultaba le dijo una frase que todavía recuerda: “tienes corazón de atleta”. Su corazón latía más despacio y suavemente que lo normal, le había dicho, que había algunas personas que tenían le suerte de poseer un corazón de latidos tan pausados y harmoniosos. ¡Qué fácil es contentar a un niño!, pensó de mayor. Le daba igual, en aquel instante significó algo muy importante para él: sentirse valorado. En cuando llegó a casa fue lo primero que contó, y así lo hizo a sus amigos cuando todavía los tenía.
¡Cuán grande puede ser la ingenuidad de un niño!, incluso de aquellos que ya no se pueden permitir el lujo creer en los Reyes Magos. Así, después de terminar la exploración y que la conversación hubiese calado lo suficiente como para sacar conclusiones, le hizo creer que el estetoscopio no tenía la suficiente potencia como para poder escuchar perfectamente todos los matices del latido de su corazón. Y lo creyó. Incluso su madre lo hizo. Con el paso de los años comprendió el verdadero porqué de esa afirmación. Le dijo: “tu corazón es tan silenciosos que necesitaré que salgas a correr un poco detrás del hospital para poder oírlo mejor”. Le acompañó una enfermera que lo esperó observando bajo el marco de una puerta.
Corrió y corrió de lado a lado a toda velocidad, como si se tratase de una verdadera competición atlética. No le importó remojar en sudor la ropa de los domingos, ni las molestias de unos zapatos de piel negros. La enfermera observaba desde la puerta. Lo llamó y lo acompañó tranquilamente de nuevo a la consulta. Volvían a estar los cuatro, pero esta vez la cara de su madre estaba ligeramente desencajada y triste, como si le hubiesen abierto los ojos a una verdad de la que ella era parcialmente responsable. El niño, sudoroso, volvió a escuchar palabras de reconocimiento y, tras unos minutos de conversación, salieron de la consulta. El niño emborrachó sus pensamientos de aquellas palabras y experiencias, tanto que el viaje de vuelta lo pasó volando con la imaginación, sin mareos.
Sólo de mayor pudo dar significado a aquellos recuerdos y encajar las piezas desperdigadas de aquel puzle. La pieza del comentario más doloroso que había escuchado su madre en su vida por parte de una doctora, así lo recordó años después durante una comida familiar: que no sabía ni tenía capacidad para educar a su hijo. La pieza incomprensible de un niño corriendo detrás de un hospital para que pudiesen conversar con tranquilidad en su ausencia. La insaciable necesidad de hacer y aprender, las lágrimas en soledad, la infravaloración y el desinterés por lo cotidiano. La pasión por esas horas en soledad sobre el asfalto y la tierra humedecida por la niebla.
Pero los errores nunca vienen solos, con intención de corregir uno suelen llegar otros de mayor calado. Así, el niño se ausentó durante tres años en dónde pudiesen saciar su inquietud a costa de pérdidas mayores que esa.
Ahora, ya adulto, piensa que si alguna vez ve aun un niño curioso y triste, sólo se preocupará por curar su tristeza, porque la curiosidad no tiene cura o, si la tiene, se cura por sí sola. Para la tristeza llega con un abrazo o un “te quiero”.
Bollos de anís/trenza de pascua
- 250 gr. de harina de fuerza.
- 105 ml. de leche entera.
- 15 ml. de licor de anís (anisete). Para mí, 20 ml (disminuyendo la cantidad de agua en 5 ml.)
- 5 ml. por agua de azahar, pueden sustituirse por agua o más licor.
- 12 gr. de levadura fresca de panadería.
- 2 yemas de huevo (40 gr.)
- Ralladura de ½ limón.
- Ralladura de 1 naranja.
- 45 gr. de azúcar
- 7-8 gr. de sal fina.
- 50 gr. de mantequilla ó 40 gr. de manteca de vaca (incluso, mitad y mitad, 25+20, queda más compensada). La manteca le da un sabor especial (o eso creo)
- Azúcar glasé para espolvorear.
- (Opcional) c.s. de almendras troceadas.
- c. s. de nata para montar.
- c. s. de azúcar para añadir a la nata montada.
- Si se trenza: azúcar grano, almendra molida y una mezcla de licor/agua.
(1) Tamizamos la harina y formamos un volcán. Añadimos las ralladuras. Disolvemos la levadura en la leche y la vertemos en el centro, junto con el anisete y el agua de azahar, si la usamos. Amasamos uno poco con una cuchara de madera y añadimos las yemas, una a una. Seguimos amasando suavemente hasta que se forme una masa.
Añadimos la sal mezclada con el azúcar. Vertimos en dos veces la mantequilla/manteca troceada y a temperatura ambiente (blanda). [Importante: la sal y el azúcar es necesario añadirlos de modo que no entren en contacto directo con la levadura. No crecería la masa suficientemente si así fuese]
Amasamos en una olla con una cuchara (grande) de madera durante bastante tiempo (incluso media hora), el necesario para que la masa absorba las materias grasas y se despegue de las paredes del recipiente. Notaréis la diferencia si conseguís que se despegue de las paredes del molde. La cantidad de materia grasa determina la dificultad del trabajo. No lleva demasiada cantidad, por lo que conseguirlo es más fácil que con otras masa tipo brioche. El tiempo de amasado puede estar entre 15 minutos a, incluso, casi media hora. De vez en cuando despegaremos la masa de las paredes y de la cuchara con una espátula de silicona, es importante para que no se formen pegotes secos.
La masa estará a punto cuando se despegue de las paredes del recipiente y se adhiera a la cuchara de palo. Para facilitar el despegue de la masa, al final es mejor ir un poco más rápido. Todo es más fácil si se utiliza una amasadora eléctrica, por supuesto, en cuyo caso incluso podría añadirse una yema de huevo más.
(2) Tapamos el recipiente con un paño y dejamos que (casi) triplique (mejor) el volumen inicial. Si este primer reposo es prolongado, la segunda fermentación será más rápida y esponjosa. Yo lo dejo en el horno a casi 30º C durante unas horas (toda la mañana) y formo los bollos al mediodía. Incluso puede “romperse” la masa y guardarse cubierta en el frigorífico toda la noche para hornearlos al día siguiente.
Rompemos la masa, es decir, rebajamos el levado con un ligerísimo amasado y formamos unos cuatro bollos de igual tamaño. Si la masa se ha trabajado suficientemente no será necesario trabajarla sobre una superficie enharinada. A ser posible, NO DEBEMOS AÑADIR MÁS HARINA. Si nos vemos “obligados” a utilizar un poco de harina, emplearemos muy poca cantidad, sólo para que no se peque a las manos ni a la superficie de trabajo. Es más fácil amasarla en el aire y no sobre la superficie de trabajo.
Depositamos los bollos sobre una bandeja cubierta con papel de hornear y dejamos fermentar hasta que haya duplicado (o más) su volumen. Pueden ser de unas cuatro a cinco horas, dependiendo de la temperatura ambiente (o si lo ponemos en el horno a 30ºC) y la temporada del año. También puede dividirse la masa en tres partes iguales y formar una gran trenza, en cuyo caso el reposo debe ser mayor y mayor tiempo de horneado.
(3) Una vez haya duplicado su volumen, precalentamos el horno a 180 ºC, pintamos los bollos con una fina capa de leche o huevo batido y espolvoreamos con almendras troceadas, o azúcar remojado en licor y mezclado con almendra molida si formamos una trenza. Introducimos los bollos en el horno y cocinamos durante unos 14-20 minutos, hasta que haya tomado un color tostado y estén hechos. Para una trenza necesitaremos unos 22-26 minutos, no debe quedar crudo en el interior. Ojo, la leche tiende a oscurecer más la masa, por lo que podrían parecer que están hechos sin estarlo del todo.
Dejamos templar y espolvoreamos con azúcar glasé si los vamos a tomar sin rellenar.
Practicamos un corte en el interior y rellenamos con nata montada (unos 200 ml) con una o dos cucharadas de azúcar, dependiendo de los gustos. Espolvoreamos con azúcar glasé/polvo.
Para mí son unos de los mejores bollos/panes dulces que pueden hacerse. Probad, sólo es cuestión de brazo.
aah Pepinho, espero que ese niño ahora sea feliz, los niños nos ayudan en eso.Si y tambien pienso que la mejor forma de ayudar a un niño es abrazarlo y decirle te quiero, te quiero muchísimo.
ResponderEliminarLa bollería me encanta, especialmentes bollos se ven maravillosos, besos para tí y Teo. xxxxx gloria
Buffffffff,
ResponderEliminarMe veo reflejada en algunos sentimientos. el no querer/poder/apetecer decir lo que uno piensa porque no vamos a ser entendidos. Tomar el camino de la soledad porque nos hace sentir bien y ser, en mi caso, una tímida extrovertida para salir adelante.
El anís en su justa medida, please. Si es cierto que en Galicia hablar de roscas es hablar de masas aromatizadas con anis. Al menos en los hornos todos eran así hasta que empezaron a funcionar pastelerías cuyos maestros habían recibido formación en Cataluña.
Lomba me recuerda a familia. Los periquitos de Noia todavía se ven al pasar en coche.
Eso sí, mi brazo no es ni tiene la fuerza del tuyo, corredor de fondo. Así que me tiraré por la amasadora para simplificar.
Le pongo un pero? Qué quisquillosa soy, A más mayor más observadora y puntillosa (dicen que no acabaré bien). Por qué los levados tienen que llevar tanto tiempo?. Me gustaría poder hacer un bollo en una hora o media hora como un bizcocho. Como que te tienen que entrar ganas de uno por la mañana temprano para poder tomarlo con suerte por la noche. Acabo antes bajando a la Flor y Canela o El Coral...aunque como lo de casiña nada.
Feliz entrada en Febrero! Escaleras mecánicas primeras en Santiago fueron las de los almacenes que había donde ahora está una tienda especializada en ordenadores llegando al parlamento, creo que comenzaba con F el nombre,
Muacs dulces llenos de nostalgia de personas que no están ni sabemos dónde andan, de ganas de abrazar, de achuchar y volver a tener mis 16 años felices de verdad, guapa, con personalidad que dejaba KO a más de un moscón y ganas de comerme el mundo.
El Celta....de la familia.....no digo más. Nosotros hacíamos el recorrido Aguiño-Santiago para recoger las notas de fin de curso. Con Juancito de chófer lo pasábamos bomba.
Entre masas, bollos, recuerdos y corazoncitos de pequeños atletas siempre se asoma un trocito de ti y se agradece la sensación de calidez que despiertas y que hay personas que realmente lo son.
ResponderEliminarDe tus recetas, que la probaré sin duda, un abrazo :)
Hola,
ResponderEliminarGloria, todavía tengo pendientes una palabras contigo. Debes perdonarme… hago casi todo lo que puedo. Los niños crecen y, por desgracia, dejan muchas cosas por el camino. La inocencia no se pierde del todo, perder la ilusión y la capacidad para sorprenderse, como unas escaleras mecánicas, por ejemplo, es más doloroso.
Un beso muy grande.
Pepinho.
Berta, empiezo por lo más sencillo: la receta. Como suele suceder, tienes bastante razón en lo que dices. Suelo abusar de los aromas porque me gustan los platos muy aromatizados. Te tomo la palabra y bajaré a 15 ml. la cantidad de anís, así quedará más suave. Aunque cuando lo haga para mí probablemente le eche los 20 ml., creo que para “el resto del mundo” 15 ml. son más que suficientes (incluso menos). Lo del agua de azahar lo dejo a la elección del personal.
En cuanto a lo del tiempo de fermentación es un capricho personal. Antes, cuando la masa llevaba una considerable proporción de azúcar (como ésta) simplemente le añadía más levadura (~20 gr. para esta cantidad). Como ahora no tengo demasiado tiempo para hacerlo de una tacada y me gusta más el resultado (conservación, aroma,…) con fermentaciones lentas, le añado entre 5 y 12 gr. de levadura como máximo.
En el Celta he tenido verdaderas aventuras, me ha pasado de todo (viajar con las puertas abiertas, pinchazos, roturas de motor, gallinas por el pasillo,…). Quedarnos en medio del camino era bastante normal. Había alguna línea que tenía revisor, que pasaba tambaleándose en las curvas con una máquina de tickets mecánica. Los chicos que viajaban al final siempre escribían en los asientos, sobre todo los que iban al instituto o al colegio… Los de los asientos delanteros se pasaban el viaje hablando con el chófer y las maletas se apelotonaban en la parte inferior. Cuando se llenaban los asientos podías (y debías) viajar de pie. Conocíamos el nombre de los conductores y su carácter…
Sobre la infancia, que para mí fue determinante, necesitaría todo un libro. Por el momento, me quedo con un pequeño retal.
Muacs sinceros esperando que algún día “la red social” lo sea y pueda sociabilizarme (y charlar un segundo).
Mayte, me fascina la imagen que tienes como avatar. Un cuadro de una mujer pensativa y sin mirada…
Gracias por tu sensibilidad y comprensión.
Un beso.
Buenos días. Simplemente te espero.
ResponderEliminar:0(
ResponderEliminarMe encanta la receta, se ven unos dulces deliciosos.Se feliz en el presente
ResponderEliminarMaría de Sta. Cruz dijo...
ResponderEliminarEspero que tu niño esté recuperado del todo.
Ummmm, que ricos esos bollos ¡Los haré¡
PEPINHO, en la receta anterior te híce una/s pregunta/s. Si puedes por favor respóndeme. Gracias.
HMMMMM! que rico! me encantan toodas tus recetas! :D
ResponderEliminarPepinho por que estás encerradito dettras de esa reja?? En tu dibujo? que pasó con el ratoncito. Yo sé qwue estas con muchas cosas, cariños mil, y un beso grande aTeo gloria
ResponderEliminarEn La Rioja se ha comido Roscón de Reyes siempre, he preguntado a mi padre (bastante mayor) y me dice que en su casa se ha comido siempre. No sé, sea cómo sea, está igualmente delicioso, como esta trenza de Pascua. Un saludo
ResponderEliminarPepinho, aquí te queremos (y abrazamos virtualmente) unas cuantas... Me ha conmovido de verdad, el relato.
ResponderEliminarAquí se comen roscos también en Pascua, las monas que regalan los padrinos, aunque desde hace algunas décadas se han transformado en los famosos y artísticos pasteles con figuras de todo tipo y mucho chocolate. Demasiado comerciales, con las figuras de plástico de los ídolos de la tele. Recuerdo el pastel que me traía mi padrino sólo con huevos de chocolate y pollitos amarillos. O con monos!
Esta receta será la cuarta que haga tuya en el orden y en el momento de la publicación (porque fijo que la hago, con esa pinta!), creo que nunca me había pasado, con la cantidad de cosas tuyas que hago. Me das tiempo por la frecuencia baja de publicación (no te meto bronca, eh? Cambiaría una nueva receta porque un día pudieras dormir ocho horas!).
Hey! Escucha (bueno, lee): UN ABRAAAAAZO!
Tu cocina ilumina la mia.
ResponderEliminargracias
Encántanme as masas e toda a máxia que desprenden. Creo que en parte che debo a ti esta adoración polas masas, de ver estas túas, a ver a quen se resiste.
ResponderEliminarO que si me sorprende enormemente é que o fagas todo coa culler, "a brazo", ti non tes un brazo tes unha amasadora. A min encántame tocar a masa,sentila entre os dedos, é unha sensación moi agradable. Recibir todos eses aromas que desprende. Hai algunha razón pola que non amases coas mans?
Unha aperta chea de fariña
No se que me ha gustado más si la receta o la historia.
ResponderEliminarUn beso.
Alicia.
Buenas noches a tod@s que soñeis cosas bonitas, os mando besos desde MADRID, donde tenemos unos dias esplendidos.
ResponderEliminarLas vacas dan leche... Las gallinas dan huevos
ResponderEliminarViva las gallinas que los huevos nos dan...
Viva los niños...
Mi Miquel Àngel tiene la misma edad que Tu Teo y a veces me da la sensación de vivir una vida paralela a la tuya, tanto en experiencias como en emociones... Impresionante, besos.
jajajaj, viva el P-A-T-O! jajajaj
ResponderEliminarComo siempre un 10 escribiendo y cocinando! Sentimientos varios..
ResponderEliminarBesosssss
Espera a que diga J- A- M-Ó-N, jajaja
ResponderEliminarMe alegra oirte no agobiado!
Muacs dulces llenos de jamón!!
Hola Pepinho!!!
ResponderEliminarEl domingo hice esta masa, y como no tenía tiempo la deje reposando en la nevera hasta ayer por la tarde que la saqué la deje que volviera a subir y le dí forma y hornee.
Están deliciososssssssss!!! y mira que yo he hecho masas de brioche, pero esta masa me encanta....sabe a los bollos de antes
GRACIAS por compartir la receta!!!
Abrazos y feliz martes!!!
Abrazo en este febrero loco...que todo vaya bien en ausencia y presencia ;)
ResponderEliminarBesiños, por cierto que he hecho estos bollos y no puedo decir, nada más que...Vaya arte tienes!!
p.d. ese avatar me fascina, termine por pintarlo en una camiseta, luego pase a lienzo. El tuyo de esa peli tiene toda una historia marcada para el cine...venga que me iba ya que la semana aunque corta luego de unas mini-vacaciones, será ajetreada, disfruta mucho, de todo siempre. :)
Te sigo desde hace muhco tiempo y es mi primera vez que te dejo un comentario
ResponderEliminarTienes todas tus recetas que me vuelven loca de verdad eres un gran maestro de la cocina y he aprendido mucho contigo , esta receta sin duda la tengo que probar hacer
Mil besosssss
Tienes un blog precioso y unas recetas maravillosas!! Con tu permiso me quedo en tu cocina :)
ResponderEliminarSi alguna vez te apetece pasar por la mía, estaré encantada.
Un beso
http://conmuchosalero.blogspot.com/
Hola!!! me ha encantado lo que he visto de tu blog me quedo de seguidora .
ResponderEliminarPásate si puedes por el mío.
Besos
Fabulosas, fabulosas propuestas!
ResponderEliminarmmm, que rico! perfumado con anís! :)
ResponderEliminarYa he estado con las manos en tu masa. En forma de trenza rellena de nata... Finde de chuparse los dedos! Sobresaliente! Espero la próxima receta, a ver si bato mi récord de elaboración de tus recetas tal cual salen. Ya van cuatro!
ResponderEliminarHace poco descubrí una tienda en Barcelona en la que tienen estabilizante para nata. Me lo compraré, porque el primer día, bien, pero al día siguiente está un poco flácida. Ahí mismo encontré algo que hacía años buscaba, azúcar bolado, con él adorné la trenza, además de las almendras. Quedó tan mona!
BESOS A TODOS!
(¿Ya le vas preparando el disfraz a nuestro ahijado? Recuerda enseñárselo a las madrinas!)
Gracias:)))))
ResponderEliminar¡Qué rica receta!, con ese toque de anís tienen que estar deliciosos. La historia muy entrañable.
ResponderEliminarbesos
Hola es mi primera visita y ya me has dado en el punto ...la rosca y los bollos de anis ...me encanta hacer pasteles y bollos y pan y me apunto a seguirte ..te invito a compartir mis recetas y blog .
ResponderEliminarLos sentimientos van ligados a las vivencias ..cuanto mejores son ..mas guardamos buenos recuerdos ...BESOS MARIMI
Amigo blogero,
ResponderEliminarTe hemos otorgado un premio, pasa por nuestro blog.
No sé si me gustan más tus recetas o tus relatos.
enhorabuena, un saludo
thank you
ResponderEliminarMadre mía que tentación más grande!!!.
ResponderEliminarBesos
http://conmuchosalero.blogspot.com/
Hola Harry
ResponderEliminarextraordinarios estos bollos y también los he hecho en el formato trenza y no me ha salido tan esponjosa, pero también muy buena.
Por cierto, hablando de trenza, has oido hablar de la trenza de almudevar? es algo que parece ser una receta tan secreta como la de la coca cola, pero está buenisima.
Bueno, agradecerte como siempre tus extraordinarias aportaciones(en todos los sentidos) y desearte una vida plena.
Acabo de descubrir tu blog, y me parece genial!! Me quedo por tu cocina, con tu permiso. Un saludo.
ResponderEliminar(www.lalunaendulce.com)
Te hubiera casi atropellado con gusto. Bueno, entiéndase bien, sin causar herida ni dolor ni daños colaterales, sólo por el simple hecho de pararte en seco. Esa rotonda de la nueva residencia de mayores aún por estrenar es extremadamente peligrosa. Menos mal que te quiero bien y prefiero quedarme con las ganas.....pero no sé cuánto tiempo más resistiré, jaja.
ResponderEliminarCorte de pelo guapo
Muacs dulces esperando tu regreso como Penélope
Hola,
ResponderEliminarEmpezaré por el final y el principio: lo siento y gracias. Me temo que mañana será el primer año que no haya tarta, porque llevo una temporada contrarreloj, mañana nos iremos a A Illa y estoy tan cansado que ni me apetece meterme en la cocina. Si lo hago no acabaré antes de las dos de la madrugada y no sería de extrañar que Teo se levantase antes de las siete. Es un lujo que hoy no me puedo permitir.
Hoy he leído una canción en forma de correo electrónico, o al revés, un poco de música para estos tiempos tan convulsos y confusos. Lo siento, de corazón, parece que fue ayer, y fue ayer cuando esto era un diálogo a muchas bandas. No seré el único, pero la vida absorbe, y absorbe hasta dejarte seco. Todo llegará, dicen.
Se me ha estropeado el portátil, nada “soft”, que tendría fácil solución. La maldita obsolescencia reencarnada en forma de fallo de tarjeta gráfica, lo peor que se puede dañar en un portátil. Tendré que comprarme otro, cayendo en ese círculo vicioso del que no se puede salir: la compra que provoca necesidad, y la necesidad que te llevan a nuevas necesidades… ¿Se puede crecer eternamente? ¿Es necesario crecer eternamente? ¿Cómo se vivía mal en la Europa democrática de los años 70? ¿Es necesario tal despilfarro tecnológico? ¿Cuál es el fin? Un círculo en el que si se entra es muy difícil salir.
Realmente hay crisis, la siento. No me refiero a esa crisis económica (o macroeconómica), que existe. Me refiero a la crisis de valores, de necesidades, de amistad, de altruismo y compañerismo, de relaciones sociales, de caminar todos juntos… Lo mejor es tener amigos de verdad, no esos del Facebook. Amigos con los que tomarse un café para soñar y arreglar el mundo. Amigos con los que discutir en serio con la pólvora mojada, no como los que discuten de broma con la escopeta cargada. Esas risas son impagables….
Quizás me meta en la cocina, por orgullo.
UN BESO MUY GRANDE A TOD@S.
PD: ayer pasé por muchas rotondas en construcción, dañadas o recién construidas y no recuerdo una como la que dices. Milladoiro, Galuresa, Montouto (3 rotondas), Restollal, Av. de Lugo, A Rocha,… no sé.
hola!!!
ResponderEliminarMe voy a dormir, que me caigo de sueño. Opté por dibujar.
Besos
Has vuelto Ulysessssssss, era Ulises no???
ResponderEliminarFELIZ CUMPLE PEPE!!! Que disfrutes mucho de tu día (diles que quieres que sea tu día, siéntelo como tu día).
Vais a tener buen tiempo y el domingo no sé si te dará para ver la ceremonia. Yo ese día paso de todo y a no perderla. Este año pocas quinielas puedo hacer porque no he visto ni una...ya tiene delito...pero el tiempo es el tiempo.
Mi net pasó a mejor vida justo a los dos años y 17 días. Se le cargó la placa base...no me preguntes cómo. Ahora ando de prestado hasta que mi economía de crisis me permita volver a por uno...soy así de buena que he preferido que C tuviera un bq tablet (sí, la cuestión tecnológica) a que yo me diera un capricho. Disfruto más dando que comprando para mi.Así que a hacer hucha.
La rotonda era la del Restollal, abajo de todo, yo en paso peatones, tú cruzaste para Pontepedriña. En ese momento sonaba "Fly me to the moon". ¡Qué potito por Dios!
Cuando quieras el café me cojo el bolso de Mary Poppins y salgo volando con paragüas incluído.
Muacs dulces para TU CuMpLeAñOs
Acabo de encontrar tu blog y me encanta. Tienes una nueva seguidora. Enhorabuena por el blog
ResponderEliminarparece que los primeros intentos siempre me fallan... En fín, que olvidé felicitarte en el mail!! Feliz, feliz en tu diaaaaaa!!! Para esto puedo hacer una excepción, supongo ;0). Besos miles y salud, salud y salud. Que alguien te haga la tarta!!! OLGA.
ResponderEliminarHolaaaaa... uffff me ha encantado tu blog y los bollos ya ni te cuento. Los voy a probar de hacer con la thermomix a ver que tal quedan... es que eso del brazo, me lo guardo para el gym.
ResponderEliminarBesossss.
A mi las masas me gustan casi todas, con anís, sin el, con relleno o sin el. Unos bollos sensacionales.
ResponderEliminarUn besiño.
Ay! Que yo no estaba aquí para las felicitaciones! Pero bueno, todos los santos tienen su octava, no? FELICIDADEEEEES! Esto también sirve para que te hagas pastel con velitas, el día que sea, no dejes pasar eso, Pepinho, aunque sea con algo sencillo. Así en el deseo te podrás pedir más tiempo...
ResponderEliminarY de mientras que vuelves con nuevas delicias, he hecho tu flan de queso... Guau! Es de esos postres que te comes con cucharilla pequeña para que duren más...!
Qué bueno, qué bueno, qué bueno!
Me ha gustado eso de “discutir en serio con la pólvora mojada...” Mary Popins, buena idea, marchando ese café!
BESOS!
Oh Harry!!1
ResponderEliminarQue delicia esos bollos.
Cuando era pequeña los comía solo de nata.
Que seas feliz aquí ahora.
Un abrazo.
Margot
Otitis 2.0:
ResponderEliminarQuerid@s amig@s. GRACIAS POR LAS FELICITACIONES!!!!, DE CORAZÓN!!!!!
Este ritmo no podré aguantarlo durante mucho tiempo. Ya he dejado atrás muchos intereses, los ociosos y los necesarios para mi existencia. No me quejo, sé que much@s habéis hecho mayores sacrificios y habéis dejado atrás muchos objetivos del pasado. Ya, pero sigue siendo muy duro, y más si se tiene una obsesión por aprender, diseñar, crear,… No, no he dejado atrás lo de correr. Lo hago mientras puedo a costa de la siesta o de robarle horas a la noche… pero quiero sentirme VIVO.
Al final pude hacer la tarta de cumpleaños. La hice al mediodía, antes no pude. La congelé y soplé las velas a las 8 de la tarde… valió la pena el esfuerzo. Pedí un deseo. Al día siguiente estaba insuperable –decía María- pero no hay fotos y sólo improvisación.
Estos días Teo ha tenido, de nuevo, otitis. Las noches han sido todavía más duras….
Bueno, tengo que dejarlo. Tengo clase y estoy aprovechando esos momentos de “pause”…
Un beso MUY GRANDE….
que pena lo de la Otitis de Teo, cosita, es tanm doloroso el Dito fue de otitis, lo que te puedo decir es que con la edad se les va pasando .
ResponderEliminarLos resfriados son menos agresivos.
En todo caso ya sabes que hay que cuidarlos de los cambios de temperatura en cualquier época. (parezco una vieja dando consejos) es que yo misma he tenido otitis en los veranos (por la piscina)
Antes de seguir de corazón te deseo un feliz cumpleaños atrasado de corazón Pepe y que cada año sea mejor.
He estado unos días en la playa ha sido agradable y algo he podido cocinar, la playa merelaja.
Ahora debo prepararme porque los niños entran al colegio el Lunes, que pasa luego el tiempo. Dios quiera que toido vaya bien. Siempre me preocupoa la Espe. No falta.
Te mando un abrazo fuerte y cariñoso, besos para teo y cariños para todas las que pasan pór aquí. un abrazo gloria
Gracias por la receta, esta muy bien explicada, por primera vez disfrute hacer un pan siguiendo todas sus sugerencias, aprendi mucho, por ejemplo no poner la levadura y "azucar y/o sal" al mismo tiempo, es verdad asi sube mejor la masa, y tambien no añadir mas harina, algunas veces me desespero porque se pega mucho a mis manos, ahora con paciencia, la amase y logre no añadirle mas harina,
ResponderEliminarsalio muy rico el pan, muchas gracias!!!